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La pandilla del fracking

Jun 2, 2014

¿Pueden los dos lados del debate sobre la explotación de la energía del shale estar más cerca de lo que piensan?

(La Tercera) ¿Cuál es la innovación más importante del siglo XXI? ¿El iPhone? ¿Facebook? En realidad, es difícil argumentar cualquier cosa distinta del proceso conocido como fracking: la extracción de gas y petróleo antes inaccesible de rocas de esquisto.

Durante la última década, el boom del shale ha transformado el panorama energético de Estados Unidos, poniendo fin a una declinación de años en la producción petrolera y recortando en dos tercios los precios del gas natural desde su máximo de 2008.

Los ingresos, empleos y recaudación tributaria creados por la revolución del shale han revivido áreas industriales y agrícolas moribundas, y un giro en la generación eléctrica del carbón hacia el gas ha recortado las emisiones de gases de efecto invernadero.

Pero sobre todo, el boom ha cambiado la percepción de los estadounidenses de su lugar en el mundo. Al ya no estar condenados a una dependencia creciente de importaciones de petróleo y gas de Medio Oriente, Africa y América Latina, Estados Unidos puede especular con un futuro de autosuficiencia energética. Y aunque comenzó en EE.UU., la revolución del shale se está extendiendo por el mundo.

Ver todo esto como resultado del fracking no es del todo correcto. La fractura hidráulica, para usar el nombre correcto de la técnica, es sólo uno de los avances de los últimos 15 años que han hecho posible la traducción de estas reservas. La fractura (bombear agua, arena y químicos en un pozo con alta presión para abrir grietas o fracturas a través de las cuales puede fluir petróleo y gas) ha sido espectacularmente efectiva sólo cuando se la combina con la perforación horizontal. Los pozos de shale modernos ya no son como bombillas clavadas en la tierra, sino perforados hacia abajo y luego al lado por una milla o más, abriendo un agujero mucho mayor a través de una roca que contiene recursos.

Pero, con su sonido oreja y una resonancia vagamente obscena, es el fracking el que ha capturado la imaginación pública y se ha convertido en sinécdoque de la producción de shale en su conjunto.

Incluso Ezra Levant, en su osado y polémico libro pro industria Groundswell, usa el subtítulo “Los argumentos por el fracking”. Pese a los beneficios que la producción de shale ha generado, aún encuentra oposición entre los ambientalistas. Las preocupaciones acerca de posible contaminación de aguas por los químicos usados en el fracking han causado prohibiciones en algunos lugares, como Francia, Bulgaria y el estado de Nueva York, y protestas en otros, incluyendo Inglaterra. El documental anti-fracking Gasland(2010), del cineasta neoyorquino Josh Fox, atrajo una audiencia mundial con sus alarmantes imágenes de familias envenenadas y su dramática secuencia de un hombre que puede prender fuego al agua de la llave de su cocina.

Levant lo defiende. Fracking, dice, es “la tecnología bonita con el nombre feo”, que crea “energía abundante, barata, limpia, democrática” y las preocupaciones acerca de su amenaza al medioambiente han sido exageradas. Su detallada refutación de Gasland es especialmente atractiva y sería interesante ver una réplica igual de detallada de Fox. Si busca argumentos para una conversación de sobremesa con amigos ecologistas pero poco informados, Groundswell es el libro preciso.

Para una mejor comprensión necesita The Boom, de Russell Gold: es la mejor narración disponible de la historia y consecuencias del fracking. Como reportero de energía en el Wall Street Journal desde 2002, Gold ha visto la historia desde el comienzo. Conoce a muchas de las personas y lugares claves en la revolución del shale desde antes de que llegaran a los titulares, lo que da al libro una mayor profundidad que cualquier otro texto ya publicado. Cuenta bien la historia general, con retratos de pioneros como George Mitchell, el hijo de un pastor griego que pasó décadas tratando de “descifrar el código” del gas en Barnett Shale del norte de Texas y a la larga lo hizo. Hay una representación colorida de Aubrey McClendon, el carismático hombre de Oklahoma que utilizó una seguidilla de transacciones de tierras para llevar su empresa Chesapeake Energy de la nada a segundo mayor productor de gas en EE.UU., detrás de ExxonMobil.

Gran parte del mismo material también está en The Frackers, de Gregory Zuckerman, un colega de Gold en el Wall Street Journal. Zuckerman tuvo la buena idea de enfocarse en algunas de las personalidades centrales en el auge de la industria del shale, captando la naturaleza emprendedora y con frecuencia riesgosa de la revolución. Como observa con razón, es una historia americana clásica. “Los éxitos de los arquitectos de la era del shale son atribuibles a la creatividad, atrevimiento, y un fuerte deseo de llegar a ser muy rico”, escribe. “No hay nada más americano”.

Con diferencias, Levant, Gold y Zuckerman apoyan la revolución del shale. Para un rechazo amplio de sus afirmaciones, hay que recurrir a Cold, Hungry and in the Dark, de Bill Powers. Ya el título deja claro que el libro no será divertido. En lugar de coloridos personajes, hay complejos mapas monocromáticos, gráficos y tablas, incluyendo página doble con datos de rendimiento de pozos en el Golfo de México.

Vale la pena persistir, sin embargo, porque Powers ha examinado detenidamente el potencial del shale gas, con datos de estados y yacimientos de gas individuales, y concluido que las aseveraciones de que EE.UU. tiene recursos para proporcionar más de 100 años de suministro son muy exageradas.

El alza en los precios del gas en EE.UU. causada por el clima frío al comenzar el año, si bien no confirma la tesis de Power, es al menos un recordatorio de que las expectativas de gas ilimitado a precios bajísimos por siempre eran exageradas.

La respuesta de Powers es desarrollar otras fuentes de electricidad, incluyendo la nuclear y las renovables, y hacer un uso más eficiente de la energía. Como Michael Levi, uno de los analistas de energía más reflexivos de los Estados Unidos, señala en The Power Surge, ya hay bastante de eso en marcha: hay “dos revoluciones desarrollándose en la energía”, no una sola. Mientras soplaba el vendaval del shale, hubo también importantes avances en energía solar, vehículos eléctricos y rendimientos de motores a gasolina, y Levi, miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, hace un excelente trabajo al mostrar el auge del fracking en su contexto más amplio -en particular, su conexión con las políticas para hacer frente a la amenaza del cambio climático.

Su conclusión es que, al igual que el granjero y el vaquero, ambientalistas y frackersdeben ser amigos, o al menos reconocer los intereses mutuos. A pesar de todas las incertidumbres sobre los pronósticos del clima, dice Levi, está claro que el calentamiento global es una amenaza, y el gas producido por la fractura hidráulica está reduciendo ahora las emisiones de gases de efecto invernadero al desplazar el carbón. Ambas partes, según él, deben hacer concesiones para abrazar fuentes de energía nuevas y viejas.

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