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El aporte de la Universidad de Chile en proyectos solares para comunidades en Armenia

Dic 21, 2020

El objetivo de la iniciativa fue potenciar la eficiencia energética en el sector agroalimentario a través de energías renovables, de la mano de alumnos de universidades tecnológicas y comunidades rurales.

El agrovoltaico combina la energía solar y agricultura con el propósito de generar modelos de negocios sostenibles y eficientes. Es por eso que el Centro de Energía de la Universidad de Chile junto con Armenian Women for Health and Healthy Environment (AWHHE) desarrollaron un proyecto de cooperación internacional que contó con la participación de las casas de estudio National Polytechnic University y Armenian National Agrarian University.

La iniciativa contribuye a One Planet Live with Care y busca alentar a jóvenes especialistas a impulsar las cadenas de valor agroalimentarias, además de crear modelos de negocios sostenibles en comunidades para que adopten estilos de vida más sanos y potencien este segmento.

Trabajo

Los estudiantes universitarios trabajaron conjuntamente con la comunidad de Solak, ubicada a 40 kilómetros al norte Erevan, la capital de Armenia, para buscar e introducir diversas soluciones de energía limpia en las cadenas agroalimentarias. De forma paralela, se implementó un proyecto piloto de bombeo de agua con energía solar que permitió aumentar la zona de cultivo de manera sostenible.

El investigador del Centro de Energía, Marcelo Matus (MM), el director de la iniciativa, junto con la investigadora, Ericka Osses (EO), detallaron a ELECTRICIDAD los alcances del proyecto y la viabilidad de replicarlo en Chile u otros países.

¿En qué consistió el proyecto que desarrollaron en Armenia?

MM: El proyecto nace en el marco de la convocatoria abierta realizada por el programa de Educación y Estilos de Vida Sostenibles (SLE) con el apoyo financiero del Gobierno del Japón, que está codirigido por el Ministerio de Medio Ambiente del país asiático y el Gobierno de Suecia, representado por el Instituto de Estrategias Ambientales Mundiales (IGES) y el Instituto de Medio Ambiente de Estocolmo (SEI) respectivamente.

La propuesta presentada buscaba combinar la experiencia de varios países. Armenia había hecho un proyecto con comunidades y cómo pueden usar mejor la energía solar para secado de frutas. Nosotros teníamos experiencia en energía solar fotovoltaica y también en educación y sostenibilidad, por lo que se armó un proyecto conjunto, donde donde el objetivo era involucrar a los estudiantes de carreras tradicionales, como ingeniería eléctrica y agronomía, en problemas que las comunidades tuvieran en todo lo que tiene que ver con la cadena agroalimenticia, que es la principal actividad de Armenia, de tal manera de desarrollar modelos de negocios más sostenibles con el uso de energía solar.

Armenia es un país pequeño, con tres millones de habitantes y con el PIB per cápita de Guatemala, pero con una historia maravillosa, donde nace o confluye gran parte de la cultura occidental, desde el primer vino, hace 6.000 años, hasta la primera iglesia católica, antes que la romana. Esto hizo que el proyecto fuera muy enriquecedor e inspirador en cómo la energía solar puede contribuir a estas comunidades milenarias.

Características

¿Cuáles eran las características y los alcances del proyecto?

MM: En lo concreto, hicimos un curso con las universidades de Armenia, donde la academia es muy estructurada y la idea era «chasconearlos» un poco para hacerlos que trabajen con las comunidades, que los alumnos que participaron hicieron sus propios proyectos, por ejemplo, incorporar energía solar en una procesadora de harina y de forraje para vacas lecheras. Y de a poco empezaron a incorporar conceptos como sostenibilidad, cambio climático, reducción de emisiones y cómo la energía solar podía ayudar además a generar estilos de vida más saludables en las comunidades.

Además se hizo un micro piloto con la comunidad de Solak para instalar una pequeña planta solar de 10 kW para bombear agua, donde se modernizó las instalaciones de la cooperativa de agua de un edificio histórico de la época rusa, de forma que además permitiera que los estudiantes y otras comunidades pudieran ir a visitar y aprender de la iniciativa. Así, con una pequeña instalación solar se pudo hacer una gran mejora en el día a día de la comunidad, porque se duplicó la cantidad de hectáreas que podían regar, pueden desarrollar cultivos de mayor valor y con energía limpia. De hecho, están incorporando ese sello para vender sus productos como parte de una visión de una comunidad sostenible.

¿Cómo evalúa el conocimiento que adquirieron los estudiantes?

MM: Desde el punto de vista de la ingeniería, los proyectos que desarrollaron los estudiantes fueron simples, donde si hay que instalar una bomba de agua y un panel solar. Pero lo importante fue que ellos, al trabajar con las comunidades lograron tener una relación directa con el problema que estaban resolviendo y con el efecto positivo que generaban en las personas de la comunidad. Eso los motivó a participar en un concurso de start up con sus ideas, y vieron que ellos puede levantar este tipo de iniciativas con alto impacto social, incluso aún sin estar graduados.

Las comunidades son mucho más receptivas cuando un grupo de estudiantes va a trabajar con ellos: se da un diálogo que no es el mismo a cuando va un grupo de ingenieros. Se ve una relación mucho más directa donde la comunidad quiere ayudar a los alumnos y ellos mucho más abierto a entender la problemática sin llevar una solución preconcebida, escuchando las necesidades.

EO: Por otra parte, está el trabajo colaborativo interdisciplinario y con otras universidades, porque las escuelas de ingeniería son usualmente un claustro en torno a su disciplina. Este proyecto permitió que los alumnos de la escuela politécnica y la agraria pudieran compartir un proyecto en común, y entender que así funciona el mundo laboral donde no hay solo gente de tu disciplina trabajando contigo. A eso se le sumó que tuvimos empresas que colaboraron con los proyectos de los chicos, que tuvieron que salir de su zona de confort académico para desarrollar soluciones a problemas reales.

MM: Con este proyecto los alumnos de agronomía participaron en el curso con los ingenieros eléctricos, los mecánicos y sacaron proyectos bien entretenidos que les daba la posibilidad de eso, que muchas veces la parte dura y técnica no es tan importante como el poder colaborar y trabajar con otras disciplinar y ayudar a la comunidad.
Replicación

¿Ven la posibilidad de replicar este proyecto en ayuda de otros países?

MM: La contraparte japonesa quedó muy contenta y satisfecha con el desarrollo del proyecto, donde al principio dudaban por esto del trabajo a distancia, que luego se agravó con la pandemia y, finalmente, con el conflicto armado de Armenia. Pero con todos esos problemas se logró terminar el piloto y los alumnos lograron hacer sus proyectos. Así que si con todas estas condiciones adversas se logró, creemos que es muy replicable en otros países. Y esto se puede adaptar en general a otras temáticas de energías renovables y sostenibilidad, porque es algo que no está incorporado en todas las universidades y en todos los países y creemos que ahí podemos aportar.

Como la tecnología hoy es fácil de adquirir y entender, el enfoque es muy replicable. Se requiere adaptar el curso y el compromiso de las comunidades y empresas que participan, eso también es fácil de realizar pero con una muy buena contraparte local .

La contraparte que tuvimos en Armenia también fue maravillosa, porque era un grupo de mujeres armenias que llevaban mucho tiempo trabajando con las comunidades tratando de que las mujeres tengan un rol más central en la vida de Armenia. Y una de las conclusiones del proyecto es que las mujeres son las más beneficiadas cuando uno mejora la cadena de valor agroalimentaria, porqu ellas tienen las principales labores y responsabilidades en la agricultura comunitaria.

Y encontramos también una contraparte local y chilena extraordinaria, al profesor Nelsón Baloian, que trabaja en la misma Universidad de Chile y es chileno-armenio, quien nos ayudó con la cultura, las costumbres y a apreciar la tremenda riqueza y resiliencia del pueblo armenio. Con una buena contraparte local, es fácil de replicar lo que hicimos en otro país.

¿Ven la posibilidad de hacer un proyecto así en Chile contra la pobreza energética?

MM: Sí. De hecho muchas de las cosas que hicimos fue considerando la experiencia de lo que se ha hecho y se hace también en Chile, de nuestra universidad como también de otras organizaciones. Nosotros lo llevamos a un nivel estructurado y preciso que redujera los riesgos de trabajar desde tan lejos. Aprovechamos la experiencia que ya existía y aprendimos un montón de la comunidad y la organización de mujeres, lo que también ahora podemos internalizar acá en Chile.

Tuvimos que convertir y desarrollar material educativo del español al inglés y al armenio, pero ya tenemos todo el material en tres lenguajes y lo podemos usar en nuestras propias universidades. Eso es lo que queremos ver el próximo año, si podemos utilizar todo ese material en algún curso local, pero ahí nos gustaría que los alumnos tuvieran la experiencia directa de ver cómo se desarrolla un piloto y participar de todo el proceso. Debemos buscar esa parte, un financiamiento que nos permita darle una visión más concreta al proyecto.

¿Cómo ven el desarrollo del agrovoltaico en Chile y qué proyectos tienen pensados en esta materia?

MM: Una cosa que aprendimos es el tremendo potencial de la incorporación de energías renovables en esta cadena agroalimentaria, en especial en Chile en que tenemos un recurso mucho mejor que en Armenia, si esto hace sentido allá, tiene mucho más sentido hacerlo acá en Chile. Puedes compartir el terreno entre agricultura y módulos fotovoltaicos corredizos en donde se aprovechan los meses en que se usa el terreno y el resto usarlo únicamente como planta solar, desde ese tipo integración productiva, hasta el procesamiento de los alimentos, hay un montón de espacios para hacer mucho más sostenible y renovable toda la producción agrícola.

¿Cuáles son los desafíos técnicos que aprendieron de la experiencia en Armenia y que se podrían implementar en Chile?

EO: Bastantes desafíos, partiendo por distancia, el lenguaje, la pandemia hasta el conflicto bélico, fue muy nuevo porque uno se da cuenta que Armenia no tiene tanto acceso masivo a tecnología con la facilidad que tenemos nosotros, desde software hasta los computadores son diferentes a los presentes en el mercado Chileno. Esas diferencias te hacen actuar de manera resiliente para aplicar soluciones de forma creativa.

El proyecto estuvo constantemente sometido a cambios. Por ejemplo, reducimos las salidas a terreno, adaptamos el contenido del curso para ser impartido de manera remota y se abrieron nuevos canales de comunicación para monitorear eficientemente el proyecto. Acciones que se ejecutaron en un plazo muy corto y sobre la marcha. Esto nos hizo conscientes de que puede pasar realmente cualquier cosa en el desarrollo de un proyecto.

Estamos agradecidos de poder culminar el proceso, porque en algún momento pensamos que no se iba a lograr, pero a medida que fueron surgiendo los problemas y con un buen equipo de trabajo local, puedes sortear las dificultades de mejor forma. Por eso, agradezco mucho a las mujeres armenias que fueron nuestra contraparte, ya que muestran el potencial que tienen y que con tanta presión y problemas, se lograron igualmente los resultados comprometidos y más.

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