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El padre de la revolución del fracking

Abr 6, 2015

George Mitchell no inventó el fracking o fractura hidráulica, la técnica de extracción que hizo posible el boom petrolero estadounidense, pero sí apostó todos los recursos de su empresa a perfeccionarla y hacerla viable. Y ganó.

(La Tercera) George Mitchell le tiene que haber gustado llevar la contraria. De otro modo, no se explica que haya ido contra la tesis imperante desde los 70 de una declinación inevitable en la industria petrolera estadounidense.

Pero el ingeniero y empresario texano estaba convencido de que era posible sacar petróleo de las piedras. A través de su compañía, Mitchell Energy, pasó dos décadas perfeccionando técnicas para liberar las enormes reservas atrapadas en formaciones rocosas a gran profundidad. Para él, el fracking, romper las rocas con la inyección de fluidos a alta presión, tenía sentido… pero no era una postura popular. Es poco probable que le haya importado. En el obituario que le dedicó The Economist cuando murió, en julio de 2013, la revista declara que “su tozudez era su cualidad más importante”.

Mitchell era hijo de un inmigrante griego, criador de cabras, que trabajó para pagarse los estudios de ingeniería petrolera y geología en la Universidad de Texas. Para la Segunda Guerra Mundial se integró al Cuerpo de Ingenieros del Ejército. A su regreso, trabajó de manera independiente en el sector petrolero tejano. Pasó 20 años haciendo hoyos alrededor de Fort Worth, en una zona conocida como Barnett Shale. “Nunca consideré rendirme”, dijo en una entrevista con The Economist en mayo de 2012, “ni siquiera cuando todos me decían ‘George, estás botando el dinero’”.

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Recién en 1998, cuando ya se acercaba a los 80 años y había invertido varios millones de dólares, su equipo de ingenieros pensó en cambiar los líquidos usados para fracturar las rocas. La fractura hidráulica se conocía desde los 40 y Mitchell Energy probó inyectando todo tipo de mezclas industriales. Hasta que , con un presupuesto ajustado, alguien sugirió probar con agua, algo que no se había hecho porque se suponía que rellenaba las grietas y disminuía las posibilidades de fractura. Resultó que la sabiduría convencional estaba equivocada y que un fluido de baja viscosidad, con gran parte de agua, no sólo era más barato, sino que mucho más efectivo. Con agua, el fracking era económicamente viable.

La suerte lo ayudó con otra cosa. Uno de sus geólogos pensaba que la formación Barnett tenía más gas que lo pensado. El mismo Mitchell contó a Marketplace que el entonces CEO de la firma, Bill Stevens, rechazó la solicitud de fondos del geólogo, Kent Bowker, para realizar algunos experimentos. Mitchell decidió arriesgarse y revirtió la decisión de su gerente general. Resultó que había cuatro veces más gas que el esperado. Mitchell era rico.

Llegó a ocupar el puesto 736 en el ranking Forbes de millonarios en 2013, tras vender Mitchell Energy por US$ 3.500 millones a Devon Energy, donde se mantuvo como principal accionista hasta su muerte, a los 94 años.

Según dijo a The Economist, no le sorprendió que el uso de su tecnología de fractura hidráulica pusiera de cabeza el mercado estadounidense del gas. “Lo sorprendente ha sido la velocidad a la que ha ocurrido”, comentó. “En 2000 el shale gas representaba apenas el 1% de la oferta de gas natural en EE.UU. Hoy (2012) es el 30% y sigue creciendo”.

Además de porfiado, tenía otros rasgos distintivos. Fue un creyente temprano en el crecimiento amigable con el medio ambiente, impulsando en 1974 un desarrollo inmobiliario planificado, The Woodlands, en los bosques al norte de Houston, para abordar la expansión urbana. En sus últimos años, abogó por una regulación estricta del fracking,sobre todo pequeños jugadores independientes: temía que personas descuidadas corrompieran su técnica e hicieran daño al medio ambiente.

“He tenido mucha experiencia con petroleros independientes”, dijo a Marketplace. “Son salvajes. Son incontrolables. Si no lo hacen bien, hay que penalizar a la gente del petróleo y gas. Hay que ponerse duro con ellos”.

Uno de sus hijos, Todd Mitchell, habló a The Economist de la “Paradoja Mitchell”: creía en el control de la población, pero tuvo 10 hijos; impulsaba la sustentabilidad, pero nunca invirtió en energías renovables. Al final, lo que importa es que la revolución que inició en Texas le cambió la cara a Estados Unidos y, a la larga, podría hacerlo con el mundo.

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